
Cuando me hablan del destino -dice Joaquín Sabina- cambio de conversación... Joaquín, estás advertido: vamos a divagar un poco sobre el destino...
¿Qué es el destino? ¿Qué es lo inexorable del destino? A la primera pregunta, no le vamos a encontrar respuesta satisfactoria en unas pocas líneas, pero a la segunda quizás sí, con la seguridad sin embargo, de simplificar la cuestión: lo que no podemos evitar, mis amigos, es la muerte.
“Eso es falso”, grita desde algún fondo insondable, el que siempre se opone a mí mismo -o sea, yo-. “Bueno, a ver... maticemos un poco la cuestión: es en parte falso” -se ataja el que se opone, quizás intimidado por algún carraspeo del prudente, que en ocasiones suele hacerme zafar de afirmaciones riesgosas-.
“Lo que es inevitable es que el cuerpo se vaya arruinando, o se arruine de un saque; que el corazón se torne monopolista y traicione al comunismo sanguíneo tal Gorbachov, paradójicamente, rojo, y concentre la totalidad de la riqueza hemoglobinal, destinando al resto de los tejidos a la exclusión biológica... en definitiva, lo inexorable es que el cuerpo deje de funcionar, y debido a causas higiénicas, nos entierren, cremen, tiren al mar o, lo que ustedes se imaginen... lo que está claro, es que en un momento dejamos de respirar.”
¿Y la parte falsa?, pregunté habilitando al que aparentemente sabe de estos temas en mí. “Bueno, lo falso de su afirmación -me dijo pausadamente, denotando incertidumbre sobre el tema, o nerviosismo ante la presión de haber sido llamado “el que sabe”- es que a veces nos podemos cagar de risa del destino, es decir, de lo que usted llama la muerte, y por más que el cuerpo deje de funcionar, no morimos.”
Me parece que retomaré las reuniones semanales con el psicoanalista, porque a las claras está que alguna disyuntiva interna se evidencia: uno dice que la muerte es lo inexorable, y el otro que podemos ser inmortales...
Contraataco: compañero inefable yo le puedo asegurar que la gente se muere, y a veces cuando no debería morirse. Y se lo afirmo porque conocí mucha gente que ya no está más, que no la veo más, y cuyo nombre ya ha sido estampado en las necrológicas del periódico local: se murió, no está más.
“Ah, bueno... pero usted está confundido -o sea, él y yo lo estamos-. Hable con propiedad: en primer lugar, en el terreno de lo biológico, no existe el deber: es, y punto; por lo tanto, si se murió, se murió, se lo merezca o no... y, obviamente, hay quienes hacen lo posible por vivir, y otros no, y hay quienes directamente buscan morir. En segundo lugar, usted confunde la muerte con lo insoportable de no ver más a una persona que, quizás, hasta hace muy poco tiempo, veía y escuchaba, etc. Lo insoportable es incalificable, inexplicable, inexpresable, incomunicable, intratable. Pero déjeme que le explique con un ejemplo lo que le quiero decir.”
Mejor, porque encima se puso a hablar medio en difícil, y yo ya me estaba perdiendo -en mí mismo-.
“Supongamos -comenzó con su ejemplo- que se muriera Roberto Fontanarrosa, el dibujante, narrador, escritor, humorista, etc. El negro, el rosarino, hincha de Central... bueno, ése. ¿Usted realmente cree que el Negro se muere? Le pregunto: se muere Fontanarrosa, ¿y desaparecen Inodoro, Mendieta, Eulogia, los loros, los libros, los cuentos, y por qué no, se evapora la historieta que tenemos autografiada por él, pegada en el placard? Es decir, se muere el Negro, se pierde todo eso... O sea, ¿creemos sinceramente que el Negro muere? Es más, hoy supongamos que leemos en el diario “Murió Fontanarrosa”, e inmediatamente pensamos “No me acuerdo quién es Fontanarrosa, no me acuerdo de sus libros, de sus dibujos, de su cara, de su sonrisa, etc...”
Está bien, en eso tiene razón. Pero qué sé yo, me resulta insoportable saber que no los vamos a poder encontrar. Siguiendo el ejemplo: la silla de El Cairo vacía, la mujer cuando se levante no lo va a poder ver, sus hijos tampoco. ¡La platea en la cancha! ¿Me entiende?
“Claro, lo entiendo. Por eso le decía que en parte es falso... pero insisto: lo insoportable es eso, y eso se lo llama muerte, si me permite: no volverlo a ver presen... es más, ¿sabe qué? Ni eso puedo asegurar... porque va a la biblioteca, y ahí está, va a la cancha y la platea vacía le recuerda que ahí está presente, en su ausencia, el Negro... o porque se muera el negro, usted cada vez que le pregunten cómo anda, va a dejar de decir “Mal, pero acostumbráu...” A ver Ramiro, estos tipos, como el Negro por ejemplo, se le cagan de risa a la muerte... lo que pasa es que la muerte tampoco es boluda: tiene sus límites... ¿o acaso usted permite que se le caguen de risa tan impunemente? Diría la muerte:
- Bueno, hasta acá llegaste... ya está, te ganaste la inmortalidad... suficiente, tampoco me vas a dejar mal parada viste.
En definitiva, lo que hace la muerte, en este caso, es cortar el flujo infinito de ideas, chistes, viñetas, libros, cuadros, y toda obra por la cual estos tipos ya son inmortales... porque fundamentalmente lo que conquistan es el recuerdo.”
Y sí, debe ser así... ahora, ¿se puso a pensar qué viñeta ocuparía el día después de la muerte de Fontanarrosa, su lugar en la contratapa del “gran diario argentino”?
Casi sin dejarme terminar, el que siempre se opone, o para sin dar más vuelta, yo mismo pensé: “¡Obvio! sería el Negro llegando a la recepción de la oficina de la muerte, y frenándose ante el mostrador de su secretario, lo increparía tímidamente, diciéndole:
- Buenas tardes. Quisiera hablar con la sra. Muerte.
Y del otro lado del escritorio, indiferente y sin mirarlo, el tipo le respondería: “Sí, claro... ¿tiene cita?”
Homenaje a Roberto “Negro” Fontanarrosa
21 de julio de 2007.
21 de julio de 2007.
Lo leo otra vez... y otra vez se me vuelve a poner la piel de gallina, recuerdo cuando me dijiste por telefono que lo habias escrito y que largo hablamos aquella vez sobre el Negro.
ResponderEliminarY esa sensación que se siente en "El Cairo"... y esas servilletas bien guardadas...
Pasó lo mismo con Castelo, con Guinzburg y con tantos más... aquellos amigos que no sabian que lo eramos. Yo era amigo de esos tipos... aunque nunca nos hayamos sentado a tomar un café en la misma mesa...
Por suerte me quedan esos amigos con los que aún comparto mateadas, cocuchas y algún que otro vinito... esos que por ahi se alegran conmigo y por ahi se embroncan y me putean, con los que discutimos para luego reirnos y fundirnos en un abrazo... esos que de vez en cuando se escriben algo en un blog...
Es difícil escribir algo después de este maravilloso relato-canto-a-la-vida-burla-a-la-muerte.
ResponderEliminarEs difícil escribir algo después de la excelente definición de amistad que Belletti nos regaló.
Es cierto que estos tipos no mueren.
Pero nosotros, sin ir más lejos, no necesitamos ser Fontanarrosas para seguir vivos en alguien. Lo estaremos. Seamos o no genios como el Negro. Porque vivimos en quienes nos quieren. Y al Negro lo quiere muchísima gente. Un país ama al Negro. Muchos amigos tiene el gran amigo de todos.
Y es eso. ¿Por qué viviremos siempre en nuestros amigos, en nuestros recuerdos, en nuestra obra? ¿Qué tienen en común ellos, que nos hacen vivir después de muertos? Y la respuesta cae por su enorme peso: AMOR.
El amor a nuestro amigo, a neustra pareja, a nuestros seres queridos o el amor a nuestra obra. El haber hecho las cosas con amor nos hace inmortales.
Amamos porque sabemos que morimos.
Tal vez por eso, el amor es la mejor burla a la muerte.
Agregaría a lo que dice Barba, un par de frases del Negro Dolina que están en la opereta "Lo que me costó el amor de Laura" y que van en ese mismo sentido...
ResponderEliminar"La vida vale menos que el amor"
"Los que aman no mueren jamás"
Abrazos
No quiero caer en la "bananidad", pero sólo puedo estas palabras al Licenciado sobre este tema: es un pensamiento muy bello.
ResponderEliminarYo nunca fui lectora de Fontanarrosa, pero me pasa algo similar con otro escritor: J.L.B.
Cuando su cuerpo murió, el mío tenía apenas 1 año. A diferencia de lo que sí me pasó con el Negro, nunca lo ví en vivo en alguna entrevista televisiva, ni escuché alguna opinión suya sobre algún hecho contemporáneo a mi existencia.
Sin embargo, cuando leí su "Historia de la Eternidad", comprendí que Borges me siempre me habló a mí, siempre escribió para mí. Y desde entonces, casi todas las noches conversamos junto a la mesa de luz.
"La inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos", me dijo una vez.
De eso, no cabe duda.
Nada más.
Saludos.
Srta. Luciana
P.D. Algo que me gusta de este blog, es que los compiladores se toman el trabajo de actualizarlo bien seguido. Sigan así.
Hoy, leyendo a Cortázar, pensé "qué mierda no haber compartido el mundo con este tipo. qué mierda haber nacido un año después de que él haya muerto"
ResponderEliminarY es la siempre sensación de porquería de lo irreversible, de lo que no puedo cambiar. Es un nudo en la panza hecho de silencio y pájaros.
Y es la siempre certeza de que si estuviera vivo y cerca, fácilmente podría compartir un café con croissants mientras charlamos de la naturaleza de los Virgo y la perennidad de los paraguas negros.
Cuando Luciana dice que Borges escribió para ella, se me estruja el alma. Y cuando usted, Lic. dice que lo que conquistan estos seres es el recuerdo, también.
Felicito a los compiladores. Este texto me emocionó.