En abril de 2013 se cumplieron 10 años de la inundación de Santa Fe que afectó a toda la ciudad. Y si bien los culpables de este desastre siguen impunes, los luchadores también siguen incansables en la búsqueda de justicia. Esta es la columna que escribí para la edición especial del Periódico Pausa a 10 años desde que nos tapó el agua.
Hace unos días tuve la oportunidad (y el
gusto) de compartir el aire de una radio con Héctor “El Flaco” Sanagustín,
vecino inundado de Barrio Roma en el 2003 y miembro de lo que se conoce como
“La marcha de las antorchas”, que lucha día a día desde hace ya casi 10 años
por que se haga justicia por las víctimas de aquella inundación y se castigue a
los responsables de la misma. Por supuesto que ante el testimonio de Héctor no
hay más que hacer silencio, escuchar, estremecerse, reflexionar y admirar.
Su relato comenzó con lo que fueron las horas
previas a la entrada del agua por Barrio Santa Rosa de Lima y cómo él fue
testigo de la sigilosa, lenta pero incesante invasión del Salado a su casa.
Salvó lo poco que pudo. Su narración siguió por el recuerdo de sus primeros
pasos en lo es el reclamo de justicia y su llegada la plaza de mayo junto con
el grupo del cual es referente. Esta lucha demoró en iniciarse ya que, como
consecuencia del agua, Héctor fue postrado por una leptospirosis durante casi
45 días. Su primera salida luego del obligado reposo fue la cancha de Colón. Luego, sí, siguieron las
antorchas.
Una vez terminadas las anécdotas de los días
bajo el agua, el flaco reflexionó sobre las responsabilidades de los funcionarios
que inauguraron un terraplén incompleto y que nunca terminaron y que,
causalmente, fue por donde entró el salado a la ciudad. Remarcó que además de
las culpas de un grupo de individuos encabezados por Carlos Reutemann, Marcelo
Álvarez y Juan Carlos Mercier, la inundación tiene sus orígenes en un modo de
hacer política que caracterizó a la década del ’90: desguace del estado,
privatización de sus empresas, neoliberalismo feroz y ausencia de políticas
sociales y de obras públicas en beneficio de los ciudadanos más postergados. El
ex gobernador y su ministro de hacienda son esa lógica hecha carne y es
necesario no olvidarlo… y El Flaco y muchos otros luchadores, con su presencia,
nos lo recuerdan. Del párrafo anterior yo quisiera hacer sobresalir tres cuestiones.
En primer lugar, que la inundación no fue la consecuencia de un solo accionar
corrupto de un par de tipos; sino que es lo que ocurre cuando hay todo un
sistema político, social y económico destinado a ejecutar acciones que
benefician los negocios del estado con el sector privado y no se preocupan por
el bienestar público. Es decir, cuando el estado es corrupto y sus funcionarios
también. Digo esto porque no hace falta un nombre propio en particular para que
esto ocurra: es una lógica política lo que lo provoca, y en este caso, esa
política se encarnó en Reutemann y Mercier, quienes no tienen argumento alguno
para poder excusarse de su responsabilidad en la inundación. En segundo lugar,
el terraplén que quedo inconcluso en el noroeste de la ciudad, Reutemann y
compañía lo construyó en el poder judicial: se aseguró el resguardo de una
justicia provincial que todavía hoy lo mantiene al resguardo de las denuncias
en su contra por parte de los ciudadanos inundados. Y, en tercer lugar, ya es
hora (y más aún luego de todo lo que se supo del accionar humano en esta
inundación) de dejar de llamar catástrofe natural a una inundación cuyas
consecuencias se podrían haber minimizado e, incluso, tal vez evitado (al menos
las muertes y la cantidad de evacuados y pérdidas materiales). Llamar a lo
sucedido catástrofe natural o “tragedia” también es lo que los responsables
políticos de una ciudad bajo agua quieren imponer: si es natural la culpa la
tiene “dios”; y si es una tragedia, entonces, fue inevitable. Ya está
comprobado que es falso e injusto seguir insistiendo en estos modos de
denominar una inundación provocada por la corrupción estatal.
“¿Y hoy qué te moviliza a seguir luchando,
Flaco?”, le preguntan los conductores del programa. Él responde que en un principio
quería ver presos a todos los responsables de la catástrofe. Pero señaló que se
encargaron muy bien de armar una justicia cómplice que les garantice impunidad
(“Y la impunidad cansa”) y por ello hoy desea que llegue el día que escuche que
estos corruptos sean castigados con una inhabilitación perpetua para ejercer
cargos públicos. Ni más ni menos.
“Je, a veces mis amigos me dicen Quijote,
porque de 100.000 evacuados somos 4 o 5 a veces los que seguimos en la plaza”,
remarca Héctor. Quijotes que tienen una cruzada contra molinos de corrupción,
desgaste, resignación, reveses varios… Las palabras de El flaco demuestran que
el tiempo no acaba las batallas: las acaba el abandono. Y ninguno de estos
Quijotes siquiera lo imaginan como
opción… y a pesar de que, en ocasiones, como cuenta entre ademanes que
contagian entusiasmo el Hidalgo Don Héctor de Barrio Roma, se sienta el
agotamiento de espadazos contra las astas violentas de aquellos monstruos de
madera y cemento, su lucha se siente, se vive, se multiplica en cientos de
miles de santafesinos y santafesinas que, por ellos en la calle, tienen siempre
presente que hace 10 años esos molinos infames fueron de agua y no de viento...
y que tienen haciéndoles frente a los Quijotes y muchísimos Sanchos convencidos
y conmovidos por la justicia de sus batallas, defendiendo a conciencia el
espíritu que estos caballeros han instalado en sus espaderos, nosotros, sus
vecinos.
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