Una noche sospechosa (Parte I)


José Ramón, vecino catador de café de diferentes bares de la ciudad, cuenta que vio al Magnánimo entrar a su casa desaforado con los manuscritos de este relato y una bolsita de tutucas casi vacía en la mano... 48 hs. después, el Lic. fue internado por una intoxicación causada por cereales adulterados. ¿Existirá relación entre su adicción a la tutuca con colorantes y este escrito? Descubrámoslo desde esta primera parte de "Una noche sospechosa".



Una noche en todas las noches. Una noche sin nada en especial, con goteras luminosas en el techo y un suave viento frío que invitaba a los jóvenes enamorados a estar abrazados como excusa.
La pasión no había terminado, pero como es costumbre cuando la oscuridad se hace dueña del día, acompañé a mi novia a tomar el colectivo que la llevaba a un nuevo día sin vernos. Miré el reloj y apuré un poco el paso para, ahora, no perder mi colectivo. El recorrido era conocido. Podía ir con los ojos vendados y no hubiera tropezado. Igual caminaba mirando al piso. Por esa razón, y por un poco de curiosidad, es que a dos cuadras de la parada me detuve a levantar unos papeles. Estaban dispersos pero doblados como cuando uno dobla las hojas para meterlas en un sobre. “Es una carta”, dije; claro que sabiendo que nadie podía escucharme, porque antes de detenerme me aseguré que no hubiera persona alguna a mi alrededor (seguramente por ser un tanto paranoico).
Quedé paralizado cuando para sorpresa no sólo de mis ojos sino de todos mis sentidos, me erguí y encontré distinta a esa noche sin nada en especial. El viento y las estrellas habían desaparecido; en lugar de estas últimas se desprendían del cielo un sin número de relojes pendulares. Lo que era viento ahora era sólo el sonido de él sin ningún soplido. La calle se presentaba adornada con flores multicolores, animales bípedos (algunos sosteniendo bastones con sus patas y otros con galera y comentando “los inconvenientes que hay hoy en día para soñar”).
Sin soltar la carta, caminé hasta la esquina en donde debía haber una pizzería (porque ahí estaba todos los días). Poco me asombré al no encontrarla, ya lo suponía. Detuve a un hombre, porque también existían seres humanos en este reino, y le pregunté dónde estaba. El personaje, vestido como si fuera la musa que inspiró a Piazzola al escribir Balada para un loco, me respondió cordialmente y sonriendo:
- ¿Cómo que dónde está? En la esquina más conocida de la ciudad: la intersección de las avenidas Utopía e Historia -dijo y echando a reír, se sacó la plancha sombrero como gesto de amabilidad, y partiendo terminó su respuesta- La esquina donde nos invade el calor antártico, donde dos más dos es seis y en donde los asiáticos tienen rulos. Otra cosa, el dueño de esa carta va a estar muy contento si se la devuelve. Está buscándola como loco.

Intenté preguntarle cómo sabía que se trataba de una carta y quién era y dónde estaba esa persona, pero ya se había alejado lo suficiente como para escucharme. De pronto, y ya desesperado, me dije para mi adentro que lo único que deseaba era encontrar… Pero no pude terminar la frase porque por mi espalda escuché la primera voz narcótica en lo que iba de mi excursión que me decía:
- Disculpe joven, esa carta es mía. ¿Sería tan amable de devolvérmela? Usted deseaba encontrarme y yo deseaba encontrarlo a usted -y comenzó a sonreír, no sé con que expresión porque no lo podía ver.

Tumbé exaltado para conocer a mi interlocutor. Un hombre de edad avanzada, delgado, de rostro pequeño, con barba blanca al igual que su corto y escaso cabello, con lentes redondos e igual de chicos que su cara. Vestido de saco y pantalones negros, como su moño. Su mano extendida esperando la carta que ella misma había escrito. Instintivamente se la entregué. El hombre me resultaba familiar, sus facciones apacibles me parecían haberlas visto en alguna foto, o luciendo en algún consultorio de la televisión.
- Gracias, no sabe lo que significa esta carta para mí.
- ¿Cómo sabía que yo estaba deseando algo? -le pregunté inmediatamente después de su agradecimiento.
- Claro, usted no tiene por qué saber a cerca de mis últimos descubrimientos. Todos los sueños son deseos diurnos. Y usted, como sabrá, está soñando.

Soñando. Entonces yo era el dueño de ese universo de figuras nacidas del delirio y el mito que en este caso se encontraban vagando en mi cabeza. Un mito vaciado de ansias de dominio. No sé si los sueños son mitos, pero que en este caso representaba leyendas inexplicables, estoy seguro.
Sin duda, que los sueños nos meten en una realidad desopilante, rara, en la cual se esclarecen interrogantes y abren otros.
- Oiga, no se perturbe, usted es el que está decidiendo aquí.

Por eso debe ser que Freud no se había marchado, que me seguía mirando con esa sonrisa tranquila que no conmovía sus labios. Revolviendo mi cabeza y volviendo al sueño, le pregunté inocentemente.
- ¿Y qué es lo que dice en la carta para ser tan importante?
- La verdad, no sé si es importante. Sólo describe ciertos síntomas que descubrí en mis últimos pacientes y que quería comentar con un amigo. Seguramente ahora usted querría saber de qué se trata. Vayamos a aquel café y pongámonos más cómodos.
(Continuará)

4 comentarios:

  1. gracias Licenciado por publicar lo mío. Su texto genial como siempre. Abrazo.

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  2. Interesante paseo por el inconsciente. No quiero decir más hasta ver la segunda parte.

    Otra cosa: A mí tanto que me costó escribir una estrevista imaginaria con un filósofo para Corrientes del Pensamiento, y Ud. saca una de taquito para colgarla en el blog.

    Qué caradura, Lic!

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  3. Es verdad, no habría que decir nada hasta ver la segunda parte...

    Pero no puedo dejar de evidenciar mi desilusión al enterarme que el señor de edad avanzada y rostro pequeño y delgado es Freud. Chau. Me enojé.

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  4. Srita. Luciana: no se adelante... no es una entrevista imaginaria a un filósofo... espere la segunda y quizás tercera parte.
    Además, la verdadera entrevista que pronto se publicará en este blog no es ni imaginaria ni a un filósofo. (Si le da más bronca aún, le comentamos que el Lic.- no cursó nunca Redacción II... se rumoreaba por ahí que era autodidacta antisegoviano)

    Don Gerardo: no se enoje! Rostro pequeño y cerebro grande...

    Pianista del averno... gracias totalísimas a usted!!!! Mire los efectos de su odio en el blog de la Srita. Luciana (altamente recomendable por cierto. Para ingresar clikee sobre el nombre de la víctima o bien búsquelo en los séquitos del Lic.- como "Atic's adictions)
    Los Compiladores.-

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