El Licenciado: personaje de algún barrio


Luego del maltrato y castigo de la publicación anterior, los Compiladores damos a conocer esta -creemos- elogiosa biografía, con la intención de recomponer la figura del Gran Iluminado. La autora de las siguientes líneas (Julia K.) nos revela datos decisivos para conocer aún más del malogrado (o bienlogrado, todavía no lo sabemos) Licenciado R.-: 1) que frecuentaba un barrio de la ciudad de Santa Fe; 2) que le gustaban los animales y Canción del Pinar; 3) que tenía una sola ceja y; 4) que, al menos,alguien tenía cariño por él. Sin más preámbulos que ensordezcan y malpredispongan sus ojos, con ustedes, lacayos, "El personaje de mi barrio".




Si tuviera que describirlo, diría que tiene los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca. Sobre todo el cigarrillo, aunque sería más fácil imaginarlo al revés: la boca en la colilla del filtro cual socio vitalicio que se ha transformado en otra extensión de su aparato respiratorio, con una suerte de visuales efectos psicodélicos generados por el humo constante que lo rodea. Esta (des)atmósfera gris es tan variable como las marcas innovadoras de los puchos que fuma: simulan rondar entre cierta diversidad a favor de lo múltiple y una manifestación de adhesión a un perfil contrahegemónico, aunque lo más probable sea que la elección de cigarrillos alternativos forme parte de un plan de conservación de las altas cantidades mínimas fumadas a costa de una leve retención monetaria.
Digamos que fuma mucho, y punto. Y también camina, no es difícil detectarlo; lo que sí se complica es seguirle cada paso que, a comparación del andar promedio de la población -de acuerdo con las estadísticas que tolera cualquier cuerpo rítmicamente estable-, avanza el doble que lo típico e inversamente proporcional al tiempo del común de la gente. Pero, decía, más allá del veloz desplazamiento, es fácil reconocerlo: su torso semi-encorvado como queriendo buscar “algo” y la mirada puesta por delante de sus zapatillas hacen de sus caminatas la imagen de un monje escasamente devoto, concentrado en cada baldosa venidera y en mantener su ubicación siempre-más-a-la-izquierda del que se atreva a acompañarlo.
Resulta curioso para muchos vecinos observar sus expresiones gestuales mientras conversa: moviendo las manos desde la articulación de cada hombro, la euforia de sus charlas -y ni hablar cuando se convierten en justos debates por ideales sociales- resulta contagiosa (1). Será, quizás, que -como él revela en sus sueños verdaderos- la esencia es ineludible y, a pesar de que su actividad sea otra, no puede escapar a su real vocación latente de coordinador de empresa de viajes de séptimo grado, con el impostergable “fernequetengue” (2) tan venerado.
Pero no es por su lejano aunque recordado premio a la reina de la comparsa, ni por su clásico pulóver negro -del cual siempre reniega por sus agujeros avejentados- que se le otorga el reconocimiento de “personaje del barrio”.
Algunos tienen la capacidad de predecir el futuro, otros llaman la atención por sus intereses esotéricos y la confianza depositada en factores para nada científicos. La efectiva constatación de que estos sutiles poderes metafísicos aparecen en la realidad -aplíquese aquí la trillada frase “creer o reventar”- se torna comprensible desde que los vecinos (junto con varios testigos de otros barrios) advertimos la presencia de energías especiales. Él, “La ceja”, como unos lo llaman, así de flaco, con un peinado inocente y cierta enternecedora mirada aprendida después de horas dedicadas a calcarse del espejo imitando expresividades tan conmovedoras como la Canción del pinar -su tema preferido-, tiene la insólita capacidad de infundir “saladez” (3). Frente a fenómenos de esta índole, muchas veces no se distingue la frontera precisa entre verdaderos dones innatos y la convalidación social que construye la imagen del virtuoso de acuerdo con una suerte de regularidades copiosas. Tal vez aquél talento sea solamente un mito de barrio, alguna especulación ficticia o una necesaria excusa para encontrar a quién atribuirle los cotidianos vaivenes perjudiciales.
Muy probablemente, si Toronja, Napoleona Josefina, Homero y Ulises Simón Hugo Peperino hablaran, la incógnita podría ser revelada. Lástima que, al tratarse de sus mascotas, el afán deviene quimera. Se tratará, entonces, de aceptar una cuota de casualidad contingente y continuar compartiendo el honor de vivir en el barrio con él, sus infinitas cualidades admirables y el cariño que muchos le tenemos, más allá de la incertidumbre del albur que nos haya legado.

(1) Vale la pena mencionar algunas de sus frases célebres y paráfrasis anecdóticas. “Ser bueno, definitivamente, no es negocio”, argumenta por costumbre y, con dejos de ironía, defiende sin paradojas que “la conciencia del fracaso hace más vigoroso el fracaso”, entre otras cosas. Confiesa ser “adicto a la razón” y, en su incansable insistencia contra el absurdo y la desidia, enseña más de lo que pretende; “la felicidad está en lo que hacemos, no en tener lo que tenemos”, es, tal vez, el compendio de su valentía, responsabilidad y filosofía.
(2) Evocación informal a la bebida alcohólica cuyo origen se remonta a los albores de la edad del consumidor en cuestión.
(3) Con este vocablo se intenta a la transfusión de lo que se conoce comunmente como "mala racha".

Foto: Ulises Simón Hugo Peperino, una de sus mascotas.

2 comentarios:

  1. Un bellísimo texto. Conmovedor. De esos donde la palabra es un pincel que logra un gran retrato. Aunque mantengo mi posición: Al leer los dos últimos textos, el Lic. diría: "Yo no soy Licenciadoramirista".

    Un abrazo

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  2. Pregunto: ¿Y si fuese Marx aquel que se atreva a acompañarlo?

    Disculpe... pero ante la magnitud de sus palabras, no se me ocurre nada mejor que hacer un chiste malo. (¿Quedarme callado? Nunca)

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