1. Lo visto hasta acá son, para aquellos que nos denominamos Hombres, hechos que nos abruman, nos dejan patas para arriba, nos preocupan, nos enfadan y, sobre todo, nos ponen en un estado de confusión permanente, ante la falta de respuestas lógicas a semejantes actitudes suicidas de parte de aquellas que se erigen como “mujeres”. Hasta acá, entonces, no tenemos más que una breve descripción de “algo que sucede y que no podemos negar”, por más que no nos guste ni medio. Este es el estado de cosas que han logrado establecer y que, amparándose en la clasificación que dicen tanto odian (me refiero a la de “sexo débil”), nos dejan sin posibilidades objetivas de trastocar; justamente, porque por ser “débiles”, uno no puede andar pegándoles zapatillazos en las cabezas. Entonces, antes de proceder mediante la crítica de las armas, suponemos necesario intentar desocultar las condiciones de posibilidad de este universo, al parecer incongruente. En otras palabras, en este capítulo lo que haremos es responder a la pregunta de cómo es posible que elijan a las bestias que eligen y que, encima, se crean libres con esa supuesta elección.
Para ir adelantando la respuesta y, a partir de ella ir comprendiendo cada uno de los puntos de nuestra tesis, les avisamos que un pequeño, pero no por eso negligente, grupo de Hombres ya nos hemos vuelto concientes de La Conspiración a la que nos someten con dicha “elección”. Todo tiene un por qué y acá expondremos el que rige el accionar de las que en un momento histórico se conocieron como “bello sexo” (Kant dixit). Hombres: estamos siendo las víctimas de un plan de dominación demoníaco, de un proyecto que va más allá de la igualdad de condiciones entre los géneros… ya nos han igualado y con ello no les alcanza: están en búsqueda del trono y, no tengan dudas, ya lo están amoldando a sus figuras delicadas.
Histórica e injustamente, las mujeres han sido arrojadas al papel secundario en el progreso de las sociedades, hasta la actual. En las cavernas, se las azotaba a garrotazos; en la Grecia clásica no cabía la posibilidad de considerarlas ciudadanas, sino sólo un tosco bien material de los hombres de las polis, y así podemos seguir con ejemplos hasta el principio del siglo XX. Decimos arrojadas, porque en realidad la historia la escriben los que ostentan el poder y, hasta hace menos de 30 años, al mismo lo tenían las bestias misóginas que nos supieron someter -a los Hombres también- a los delirios de la civilización patriarcal; pero, aquellos que vemos centímetros más allá de las letras oficiales, sabemos que las mujeres han jugado roles protagónicos a lo largo de la historia. A comienzos del siglo pasado las mujeres instauran la posibilidad del derecho “inalienable” a la igualdad de condiciones y comienzan a avanzar sobre campos cuya competencia se había limitado sólo al actuar de, no las bellas, sino los belludos. Avanzaron sobre la educación, sobre los derechos humanos, civiles y hasta en el uso indiscriminado de ropa característica de los hombres (y acá está escrito con minúscula porque se incluyen también a las bestias que se creen Hombres), tal el jean y las camisas escocesas. Ni hablar del pelo corto y el cigarrillo en la boca o, más desagradable todavía, el tomar el porrón a pico. En definitiva, hasta hemos tenido mujeres presidentas, sin ir más lejos en el recuento.
Esta evolución del género femenino, no hizo más que desenmascarar una gran verdad que los machistas habían intentado ocultar por casi todo el devenir histórico: las mujeres están, de hecho y de derecho, en mismas condiciones que nosotros. Es más, una vez comprobada dicha igualdad, se descubrió, asimismo, que son superiores intelectualmente y en “viveza” a los hombres. Esto ya lo evidenciamos en el Capítulo I de la presente obra, así que no viene al caso ejemplificar lo afirmado. La cuestión es la siguiente: la ambición se ha apoderado, ahora, de quienes pudieron pensarse como gobernantes de las relaciones interpersonales. Las mujeres se dieron cuenta que, insistimos que nunca desistiendo de su escudo inmunológico “sexo débil” a pesar que sus palabras lo desmientan, podían dominar fácilmente a los Hombres, justamente, porque las aman, las respetan, las admiran y las quieren independientes y autosuficientes. Es decir, las quieren desde siempre y por siempre como son: hermosas y libres. Somos, en fin, quienes estuvimos en todo momento defendiendo sus derechos junto a ellas, nunca las cuestionamos por considerarlas tiernas, apacibles y, debemos confesar nuestros pecados, débiles o, mejor dicho, menos fuertes que nosotros. Es decir, a nosotros, los verdaderos Hombres, nos tienen de su lado, como aliados de sus conspiraciones. A ver, que levante la mano el romántico que no se derrita ante la rapsodia de una minúscula lágrima, dibujando arroyos de tristeza por las mejillas de una dama. Siempre nos tienen ahí, firmes como el ombú en el que descansó San Martín en San Lorenzo y en el que el mamerto de Cabral murió, para contenerlas y amarlas, como corresponde. A excepción, claro está, de aquellas que ya lloran por vicio y que son las mismas que han roto nuestra paciencia.
2. Conclusión: la condición de posibilidad de las bestias somos, sin dudas, los Hombres, así como el proletariado es la del Capitalismo. Desde aquí, dedicaremos este Descargo a explicar el por qué de esta afirmación. Ahora bien, hace dos Capítulos que venimos diferenciando Hombres de bestias y, quizás, no queda claro a qué nos referimos cuando hablamos de uno y de otro. Como los segundos no merecen siquiera una coma (,) por parte nuestra, describamos a los primeros. Podemos arriesgarnos a decir que el Hombre debe sus orígenes al Romanticismo, quizás inaugurado por William Shakespeare entre los siglos XVI y XVII: la figura de Romeo moldeó al romántico desde que decidió quitarse la vida por amor a Julieta. No vamos a negar las determinaciones históricas y sociales de tal estereotipo, por lo que, a medida que transcurre el tiempo el mismo puede ir variando sus cualidades, sus características. Pero (y aquí el pero que nos favorece) no somos nosotros los que mantuvimos por siglos esta figura… sino ustedes, comprándoles novelas a, por ejemplo, Isabel Allende o Sydney Shelldon. Veamos cómo es el Romeo que tanto desean en sus palabras y que insultan constantemente en sus actos. En primer lugar, seguramente, en sus Disc-man sonaría más de una vez por día “Contigo”, de Sabina; después, no serían celosos, porque lo que los caracteriza es la seguridad en sí mismos. Consecuencia de lo anterior es lo que sigue: no son machistas. Celos y machismo son socios en la tarea de denigrarlas como mujeres (y como personas), y nosotros jamás permitiríamos una herejía tal. Es decir, no se ven, los Hombres, en la obligación de cuidarlas… sino de respetarlas, amarlas y complementarlas. Levante la mano la mujer que se jacte de no querer un hombre así… sin hipocresías, por favor, porque, además, tenemos oídos y siempre las escuchamos decir que “cuándo será el día que un Facundo Arana (Hombre como él pocos) nos rescate de los babosos y de los que cuando les pasas por al lado, te dan el paso para mirarte el culo”. En muy resumidas palabras, esos serían los Hombres; la condición de posibilidad de las bestias y de lo que ustedes, amorosos ángeles caídos, llaman “elección”. Pero como decía anteriormente, quienes supimos darnos cuenta de la mentira a la que nos están sometiendo; de sus planes maquiavélicos, imperialistas si se quiere. Tras el velo del “sexo débil” y de la “elección”, hemos descubierto que, y attenti compañeros peludos, combinan ambas para llevar a cabo sus deseos de dominación a escala mundial. Y con esto, inauguramos la sección 3 de este Descargo.
(CONTINUARÁ)
Sin dudas hay fragmentos conmovedores.
ResponderEliminarLas mujeres mismas son condiciones de posibilidad de estos brillantes descargos, amigos compiladores.
La mujer ama a la bestia. La necesita, por una razón sencilla: la verdadera historia de amor es la que se sufre. Una mujer con un Hombre, no puede sufrir. Es lo que ella siempre soñó. Y he allí el error: el disfrute hunde sus raices en el sufrimiento. "Primero hay que saber sufrir..."
Las bestias, y sólo las bestias, pueden ofrecer a la mujer un sitio que es herencia de la cultura andreadelboquesca: el lugar de víctima.
El Hombre (ese con mayúsculas, que se diferencia de la minisculidad de la bestia) siempre sufre, porque no puede ver sufrir a la mujer. No está en su esencia. Es algo que no puede suceder. En cambio la bestia, sí. ES SU RAZÓN DE SER: ES SÁDICO.
Que masculino se asocie a Hombres y no a bestias. Lo pido a gritos, para que estos descargos sean necesarios. Y es debido lo trágico de su necesariedad que, a su vez, rogamos porque dejen de serlo.
Cariños.
Don Rodrigo
No tengo palabras. Azorado. Quiero la seguna parte de este tercer descargo. Luego decidiré si escribe mi parte de Hombre o mi parte de Bestia.
ResponderEliminarUn abrazo